sábado, 26 de enero de 2013


Una lección bien aprendida. Gertrude ‘Ma’ Rainey
Texto: Manuel López Poy
Aquel era el décimo pueblucho que visitábamos en menos de un mes. Nadie se quejaba pero todos estábamos cansados y, sobre todo, un poco hartos. Hacía dos semanas que llovía sin parar. Los caminos eran un lodazal asqueroso y ya habíamos perdido la cuenta del tiempo que llevábamos sin dormir en una cama de verdad. Necesitábamos parar unos días pero nadie tenía los cojones suficientes para decírselo a Gertrude. No había parado de darle a la botella y estaba de un humor de perros. Ni siquiera el viejo Moe, que en teoría dirigía la compañía, se atrevía a acercarse a ella.
Yo era el último mono del espectáculo, al que me había unido hacía sólo tres meses, cuando pasaron por mi pueblo en el condado de Franklin, Alabama. Supongo que, lejos de lamentar mi ausencia, mi escapada en plena noche había sido un alivio para mis padres, prematuramente envejecidos y agotados de intentar sacar adelante a una camada de nueve retoños de los que yo era el número seis.
Mi trabajo fundamental consistía en ayudar a montar la carpa de lona e instalar las sillas alrededor de la tarima en la que un decrépito grupo de músicos y bailarines hacía lo que podía para no ser apedreado por los palurdos locales, hasta que el viejo Moe anunciaba: "Señoras y señores: con ustedes la inimitable Gertrude Pridgett". Entonces salía a escena una corpulenta mujer y comenzaba a cantar con su acento cerrado y su voz gutural y desgarradora. Aquellos negros medio desnutridos, embrutecidos por el trabajo en los campos de maíz y algodón, se quedaban como hipnotizados, atrapados por aquellas canciones que hablaban de la tierra prometida, la vida en las plantaciones de esclavos y de luces de ciudades que nunca en su vida pisarían.
MaYo me sentaba al fondo, encandilado por aquella hembra brutal que me asustaba y me fascinaba al mismo tiempo. Por aquel entonces yo no había estado nunca con una mujer y me masturbaba frenéticamente detrás del carromato en el que "Ma", como habían comenzado a llamarla algunos, se trajinaba uno tras otro a todos los miembros de la compañía.
Por aquellos días el elegido era Charley Pies Ligeros, un bailarín que además tocaba la mandolina. Charley era un mestizo que había estado en la guerra de Cuba, de donde se había traído una enfermedad crónica en los pulmones y un montón de historias, probablemente inventadas. Decía que estaba ahorrando para irse a Panamá, donde el gobierno iba a construir un canal que uniría el Mar del Caribe con el Océano Pacífico. "Una oportunidad de oro para los que sean lo suficientemente listos para aprovecharla", le decía Charley a todo aquel que estuviera dispuesto a escucharle e invitarle a un trago.
La noche anterior, mientras merodeaba alrededor del carromato de "Ma", Charley se me acercó y musitó entre los dientes ennegrecidos:
—Ten cuidado, chico. ¿Has visto alguna vez como hipnotiza la serpiente al pajarillo antes de devorarlo? Recuérdalo la próxima vez que te acerques a una mujer como esa.
El cabrón había conseguido acojonarme y me pasé toda la tarde evitando a Gertrude, que se paseaba medio borracha por la carpa. Mientras yo me desgarraba los dedos para tensar las cuerdas de la lona, entró Charley con una chica con un abrigo remendado, cara de hambre y ojos de cervatillo asustado:
—Hola, Gertude. Esta es Lucy. Quiere cantar para ti.
Los ojos vidriosos de "Ma" se clavaron con desprecio en aquella escuálida rival, mucho más joven y bonita de lo que ella podía soportar.
—¿Zorrita nueva, Charley? Espero que tenga más voz que carne sobre los huesos.
—Vamos, Gertude. La chica te admira. Hace unas dos semanas que anda detrás de nosotros y no pierdes nada por escucharla.
—Charley, algún día tu inquieta polla te creará problemas serios. Bueno chica, a ver qué sabes hacer.
La chica tragó saliva y comenzó a cantar. Plantada allí en medio, temblado de frío y de miedo, me pareció el ser más indefenso y maravilloso del planeta. La voz comenzó a salirle en un susurro y poco a poco fue llenando la carpa, que se paralizó por completó. Todas las miradas de aquella embrutecida troupe se quedaron prendadas de un lamento que hablaba del hombre que la había abandonado.
Cuando acabó la canción yo me había olvidado completamente de todos y Gertrude había sido despojada del pedestal de mis fantasías sexuales."Ma" cortó el silencio que se había apoderado del ambiente. Su voz estaba cargada de un desprecio que no podía ocultar la envidia.
—¿Se puede saber qué es eso que has berreado, pequeña?
Con la cara hundida en el cuello del abrigo la chica soltó algo parecido a un suspiro.
—Lo llaman blues.
Mientras le daba la espalda,"Ma"le escupió una rencorosa despedida.
—Chica, si la gente quisiera cosas tristes se quedaría en su casa y no se gastaría su dinero en venir a vernos. Nadie pagará nunca un centavo por escuchar una cosa que se llama "blues". ¡Como si no hubiese ya bastante tristeza en esta perra vida!
La chica abandonó la carpa llorando, seguida por Charley Pies Ligeros. Sin pararme a pensar, salí tras ellos por entre los carromatos de la compañía. La rabia me cegaba completamente y casi me di de bruces con ellos en una esquina. La chica intentaba soltarse de las garras de Charley que la había arrinconado contra una tablas y le metía mano entre las tetas. Salí disparado mientras gritaba "suéltala, cabrón". No vi venir el puño y comencé a escupir sangre sobre el barro. Intenté levantarme pero la voz de la chica me dejó bloqueado y me dolió mucho más que el puñetazo.
—Déjalo, Charley. ¿No ves que solo es un crío? —Has tenido suerte, mocoso. La próxima vez te dejo sin dientes.
Me quedé allí como un idiota, de rodillas en el lodo. Entre las lágrimas vi como la chica se largaba abrazada al puto chulo. La cara de "Ma", con una sonrisa triste llena de dientes de plata, se interpuso entre mi rabia y la pareja.
—Vuelve a casa, búscate una buena chica y cásate con ella. Esta vida no está hecha para ti, muchacho. Eres demasiado blando para seguir los pasos del diablo.
Texto: Manuel López Poy



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