Fela es Zaratrusta
Dicen que el sexo de Fela Kuti era como sus canciones: largo y con legado. No, no es una frase con efecto. En 1978 se casó con 27 mujeres al mismo tiempo, y eso sin contar las que no eran oficiales. Entendido el símil, ahora habría que buscar otro episodio de su vida que lo represente como ogro. Tampoco en estos perfiles se llega por las bondades que Dios reparte.
Y aquí va la anécdota: en 1974 la policía entró a su estudio. Hubo plomo, destrucción y mucha candela. Preso y con marihuana “sembrada” por los cuerpos del orden público, Fela procedió a tragarse los porros uno a uno para que no existiera prueba alguna en su contra. Los gendarmes fueron listos y pidieron una muestra de heces que decidieron esperar con paciencia de prestidigitador infalible. Fela fue más vivo que ellos y buscó a un preso sin vicios, hizo negocios y le compró sus deposiciones limpias de toda culpa a precio de caviar beluga. Sin evidencias incriminatorias, el rebelde fue liberado ante el asombro de sus cancerberos y compuso uno de sus mejores discos bajo este sugestivo título: Expensive Shit, o Mierda Cara si se le aplica la traducción simultánea a este ogro ejemplar.
¿Pero quién era Fela Kuti?
Los más avispados ya sabrán que se trata de un músico, pero definirlo hasta ahí es un tanto insuficiente. Así que valga la biografía enunciativa a modo Enciclopedia Salvat:
Fela Anikulapo Kuti nació el 15 de octubre de 1938 en Abeokuta, Nigeria, en el seno de una familia de clase media. Su padre fue presidente de la Unión de Maestros Nigerianos, reverendo religioso y un aventajado pianista. En cambio, su esposa resaltó por ser la gota de ira en la constitución cromosómica de su hijo. Activista del feminismo y del movimiento independentista en su país, llegó a compartir mesa con protagonistas históricos como Mao-Tse Tung o Kwame Nkrumah, todo esto sin contar su mayor logro como creadora de la Unión de Mujeres Nigerianas: el derecho al voto para todas las ciudadanas de su país. En 1958 ellos decidieron educar a su hijo a la usanza inglesa y enviaron a Fela a Londres para que estudiara medicina.
Superado el párrafo introductorio de hace un momento, es preciso decir que en este punto la biografía del primogénito se tuerce para siempre. Fela Kuti, quien ya había cantado algo a sus 17 años en la efímera The Cool Cats, además de haber probado suerte como promotor radial, se da cuenta de que lo suyo no son los tapabocas y el bisturí. Así que cierra los frascos de formol, sale del quirófano y se matricula en el Trinity Collegue of Music con un único fin: sorprender y crear desde cero.
Tampoco es una exageración. La vida de Fela es desmesurada y casi inventada por un grupo de escritores a sueldo. No hay ni un solo dato plano, sin sal. Kuti, para no desmentir a sus biógrafos, arma un primer grupo, Koola Lobitos, y con ellos inventa una galaxia tan astronómica como musical: el afrobeat.
El género es un verdadero potaje para tragar por vía auditiva. Tiene cantos tradicionales africanos, un poco de funk, psicodelia, jazz y su dosis de locura. La estructura, no podía ser de otra manera, parece la de un líder que va reclutando gente para su causa: batería y percusión suelen unirse al bajo para formar parte de una repetición rítmica interminable, cíclica, en donde el resto de instrumentos, ya sea la guitarra eléctrica o el órgano, van adivinando una melodía reforzada por la sección de saxos y marcada por un chekere o una clave. Sumado a esto, una voz casi mineral, la de Fela, canta en yoruba o pidgin (el inglés de la calle) y le pregunta a un aguerrido como numeroso coro sobre temas sensibles a los derechos humanos y a la liberación de los pueblos oprimidos. En fin, hipnosis en estado puro y sin necesidad de recurrir al herbolario universal.
Si a esto le sumamos una visita del ogro con su grupo a Estados Unidos a fines de la década de los 60, la cosa agarra más sabor. En esa época Kuti hizo su maleta y conoció a una odalisca, quien le presentó a las Panteras Negras, le habló de Malcolm X y le atufó la cara con la fetidez de la palabra imperialismo. En ese momento, y con la misma imagen mil veces fabulada de un Bolívar en estado de trance, Fela sabe que es un superhombre, que tiene una misión liberadora en su país y vive el delirio en su Chimborazo. Piensa en cadenas, yugos y bravos pueblos. Se monta en su caballo imaginario y regresa a su país, bautiza a su grupo como Africa 70, su club lo da en llamar El templo y arranca con su Gran Colombia personal: la República de Kalakuta o República Canalla.
O mejor aún: Fela es Zaratrusta pero con micrófono y con la endiablada capacidad de sacarle sonido hasta a las piedras. Le da por vestirse con micro shorts y sin camisa. Así se pasea por sus dominios, mientras se reproduce en tantas notas como espermatozoides que va regando. Kuti arma un mundo y juega a que Dios se está haciendo pasar por él, cuando éste último se descuida. Mientras se hace divino, toca el saxofón, los teclados, las trompetas, las flautas, las guitarras y los instrumentos de percusión que se le atraviesen en su camino. Su mano es mágica y su voz atronadora.
En su reino se acogían a los más necesitados. La cooperativa se declaró estado independiente de Nigeria y era el sitio de reunión de activistas y revolucionarios que buscaban la independencia. Y Dios, casi desnudo, explica lo que significaba su nombre: Fela, el que hermana grandeza; Anikulapo, el que tiene control sobre la muerte; Kuti, su muerte no puede ser provocada por un humano.
Megalómano y genio, Fela crea los días y sentencia las noches. Despide a beatles de sus estudios para que no se apropien de su espíritu, rechaza contratos multimillonarios después de consultar a hechiceros y se niega a recortar sus creaciones. Dice estar rodeado de yalajis, mujeres con poderes especiales que lo aconsejan, y hace lo que le da la gana. Sus composiciones no tienen límite de tiempo y nacen de sus estados de ánimo. Kuti coge el instrumento que necesita, arma su legión y arranca guiado por una intuición felina. Nadie sabe qué va a salir de esto, pero el milagro brota. Con Fela la música nace de cero, como un animal salvaje, y se para y camina sola por kilómetros. Diez minutos o media hora de una misma canción, qué más da, cuando Dios la termina la graba y se olvida de ella. No vuelve a tocarla nunca más. Queda en la anécdota. “El artista crea y no se repite”, dice él ante las caras impávidas de los primerizos.
Y luego remata: “la música es algo espiritual. No se juega con ella. Si lo haces, morirás. Porque cuando las fuerzas te han dado el don de la música debe ser bien usado, para el bien de la humanidad. Haëndel es mi principal influencia. La música clásica golpea a los músicos, pero la música africana golpea a todo el mundo”.
Fela busca hacer honor a sus palabras. Se calza los guantes, desafía a sus perseguidores y estos le recuerdan que no es tan divino como cree. La forma de hacerlo entrar en razón fue más que elocuente: la tarde del viernes 18 de febrero de 1977, un escuadrón de mil soldados llegó a la República de Kalakuta con la excusa de resolver una pelea callejera. Primero sitiaron la zona por espacio de 15 interminables horas, hasta que sucedió lo inevitable: una orden precedió el primer disparo, luego vendría el estallido de un generador y una lluvia de destrucción fue parte de un espectáculo sin parangón. Mataron hombres, hirieron niños, violaron mujeres y arrasaron con fuego cada palmo del reinado. De las cenizas del reino canalla no quedó en pie ni una sola grabación de las tantas que se hicieron en un período de productividad sin igual. La saña fue tal que hasta la octogenaria madre de Kuti pagó las consecuencias con su vida en el cruel ataque, al ser lanzada con su hijo desde la ventana de un segundo piso.
Fela, malherido, más tarde escribiría en la escayola de su pierna: “tristeza, lágrimas y sangre”. Otra vez preso, pasa un mes en la celda y luego es deportado a Ghana. De allí también lo echan al popularizar el tema Zombie, en el que se mofa del ejército sin compasión, y Kuti toma dos decisiones dignas de un personaje tan absurdo como colosal: formar el partido político Movimiento para el Pueblo y lanzarse como candidato presidencial.
Haciendo los siempre odiosos paralelismos, hay que reconocer en Fela Kuti un aporte tan importante para su país, como el que siempre se le endosa a Bob Marley con Jamaica: sacarle brillo a su tierra en el mapa mundial, antaño desestimada culturalmente, a fuerza de su riqueza musical e ideas. Pero si Marley, marihuano y buena onda, es Gandhi; Kuti, megalómano y desadaptado, es el Che. Formas diferentes de encarar la lucha y de entrar a los libros de historia.
Por eso no es de extrañar que a Fela le pase de todo en este trayecto. Algunos músicos lo dejan cuando perciben que son utilizados en su campaña política, le rechazan la candidatura de 1979, vuelve a lanzarse en el 83, saca el disco Black President, empieza a hacerse llamar así y le cambia el nombre a su grupo por Egypt 80. Los medios se ensañan al verlo como una amenaza electoral, las autoridades lo acusan de contrabandista, después de homicida de una anciana inglesa y lo apresan por 20 meses. Más humano, menos divino y hecho una ruina económica, Kuti sale de prisión un tanto desencantado y se divorcia de un solo golpe de 20 de sus mujeres.
Ya no sería lo mismo.
Su llama se va extinguiendo. En cada paliza queda imposibilitado de tocar un instrumento. Su ritmo de composición merma poco a poco, y sus ideas se vuelven animales moribundos. En una de sus últimas canciones ataca el uso del condón como contrario a la cultura africana, no sin antes afirmar que el sida es una enfermedad del hombre blanco.
Sí, ya no sería lo mismo.
A mediados de los años noventa Fela se enferma, pierde las fuerzas y no recibe tratamientos. Quien alguna vez fue estudiante de medicina recurre a emplastos, a adivinadores y a la llama sagrada. El 2 de agosto de 1997, Dios deja de existir en África. Primero dicen que fue de un ataque al corazón, más tarde reconocen que lo aniquiló el sida y por último afirman que lo mató la persecución política que soportó por más de 20 años en su país. Un millón de personas fueron al entierro que se realizó enfrente de su casa; esa tarde su hijo Femi tocó un solo de saxofón en su honor.
Dato curioso: el funeral del 12 de agosto de 1997 fue el único día en la historia de Nigeria en el que no hubo ni una sola denuncia a la policía.
Otro dato curioso: en 1945, cuando Fela tan sólo tenía siete años, un babalawo le predijo su futuro a la madre del niño. Lo que viene a continuación es, palabras más, palabras menos, la adivinación que se hizo sobre el crío:
“Será obstinado, impetuoso, incontrolable. Su voz será semilla de problemas, turbulencias y violencias. Sus mujeres serán numerosas. Vivirá en la pobreza, al lado de los mendigos. Dormirá con ladrones. Sus amigos serán multitudes. Romperá las prohibiciones de los hombres y de los dioses de los Oyumbos. Perecerá por su propia mano”.
Profético o no, Fela Kuti creció y murió, no sin antes haber grabado 77 discos, haber estado preso en cuatro ocasiones y haber declarado ante la justicia unas 356 veces en su vida.
Por Daniel Centeno M.
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